lunes, 16 de enero de 2012

EL PARTIDO SOCIALISTA Y VALCÁRCEL RECUPERADO

Cuando ya han pasado seis días del desalojo del edificio Valcárcel y cuatro de la brutal intervención policial dentro de un recinto universitario, el Partido Socialista de Cádiz aún no ha dicho nada. No sé si porque no tiene una opinión al respecto, porque cree que no es asunto suyo sino de quien gobierna o porque alguien quiere nadar y guardar la ropa en unos momentos en que pronunciarse, en un sentido u otro, quizás suponga molestar a alguien, que bien podría ser un potencial votante tibio. Cualquiera de las tres opciones me parece lamentable. Suponen claudicar de una obligación moral que va más allá de las puntuales elecciones que, cada cierto tiempo, deben ganar para “evitar la llegada de la derecha”, en cita textual del candidato a las próximas. Vaya por delante que no comparto, en absoluto, ese sambenito de que el Partido Socialista sea tan de derechas como el Popular, ni que estén en la misma orilla. Y no lo creo porque sería faltarle el respeto a la mucha ciudadanía que lo vota y a buena parte de la militancia que trabaja desde allí sin ambiciones propias, que sienten la misma vehemencia ante las injusticias, la misma exigencia de transformaciones rotundas, el mismo resquemor indignado de todas las izquierdas ante el crecido envalentonamiento de quienes nos roban la cartera, la aplicación cotidiana de las libertades o los pequeños espacios de moral propia, presentándose después como salvadores de las ruinas provocadas por ellos mismos. Sólo que esas bases socialistas tienen que explicar, además, la vergüenza del permanente posibilismo con el que sus dirigentes afrontan la gestión de los problemas, posponiendo para una mejor ocasión, para la que no encuentran momento, el imponerle el bien público a la banca, castigar las agresiones policiales a las libertades o garantizar que ninguna Iglesia imponga su adoctrinamiento a quienes no lo quieran. No son proclamas revolucionarias, aunque terminarán siéndolo; caben incluso en esta Constitución tan cortita y tan de consenso, y las repiten, con variantes, en todas las elecciones. Pero siempre, dicen, la realidad que encuentran termina por aplazarlas. Para las próximas. Porque viene la derecha.

Lo malo es cuando la derecha ya está aquí, una vez asumidos sus mismos valores, que, en lo fundamental, se resumen en la resignación ante lo conocido, por muy mal que nos vaya, y en la pesimista desconfianza en las posibilidades humanas, tanto para lograr lo que se merece como para hacerlo con bondad colectiva. Esa bondad, palabra que ya escribirla chirría de tan ridiculizada como han conseguido presentárnosla, no es más que la tendencia natural a hacer el bien, que sólo es tal si es el de la mayoría. ¿En qué momento el Partido Socialista aparcó su ideología para convertirse en dulcificadores de la resignación? ¿En qué momento aquella ilusionada y pujante muchachada que traía sus propios valores solidarios de transformación prefirió reservar sus luchas en mantenerse como funcionarios de la política? Un socialista con muchos años de militancia me señalaba, semanas antes de que el edificio de Valcárcel volviera a ser un muerto tapiado, que la derrota empezó hace muchos años, cuando los cuadros que marcharon a las instituciones dejaron de vivir a ras de calle. Y se rompieron los diálogos, de persona a persona, con sindicatos, asociaciones de vecinos, centros culturales y educativos. Pero, peor aún, se olvidaron de quiénes eran.

En estos siete meses no se han enterado de lo que estaba ocurriendo en Valcárcel Recuperado. Se quedaron con la versión tranquilizadora –es decir, de derechas- de que aquello era un asunto perentorio de marginales y perros flautas. Ningún dirigente mostró ánimos de saber –porque la indolencia también es conservadora- por qué buena parte de La Viña, un barrio obrero donde eran mayoría, asumió aquella recuperación como una devolución de algo que le habían quitado. Por supuesto, ningún político socialista planteó la justificación –dando por bueno el prejuicio reaccionario de que la recuperación sólo buscaba un techo para usos privados- de que esa recuperación se produjo por la importante carencia de estructuras y locales públicos capaces de cubrir unas necesidades y demandas que, a la vista está de su enorme utilización, no están cubriendo las instituciones. Se olvida, y ahí están las hemerotecas, que el primer proyecto socialista para Valcárcel no fue un hotel de lujo sino un inmenso centro sociocultural, a la manera del Conde Duque de Madrid, se decía entonces. Si no se hizo fue por esa desconfianza –un valor antagónico al progreso- en que el edificio llegara a utilizarse completamente. Valcárcel Recuperado ha demostrado tanto el error de aquel descarte como la necesidad de que ese proyecto se retome, con una gestión rotundamente participativa. Un bien público con una gestión social y cultural horizontal, abierta, en manos de quienes producen cultura y asociacionismo.

Con ese precedente de meses a espaldas de un movimiento social que debía sentirse con cercanía, no extraña la alienación de la conciencia socialista ante un desalojo que vuelve a colocar al edificio en el limbo de la propiedad de nadie. En el momento de la recuperación no fue su asunto, sino una patata caliente en manos de la derecha de verdad, la que dice que tiene un plan para Valcárcel pero que, por supuesto, no tiene por qué contárselo a nadie. En esa asunción de valores de la derecha, ningún ni ninguna dirigente del Partido Socialista de Cádiz –ni hipercríticos, ni retrocríticos, ni oficialcríticos-  ha dicho tampoco nada sobre que la policía se saltara la tan ejemplar Constitución para entrar en la Universidad a dar palos a quienes, simplemente, habían interrumpido una conferencia para leer un comunicado. Lo que no es ningún delito. No pasaba desde que ellos y ellas mismas sufrieron los palos en carne propia. Pero eran otros tiempos, otras luchas, habrán pensado. Supongo. Porque si es una cuestión de cálculo, cualquiera sabe que para defender los valores de la derecha, nadie lo hace mejor que la derecha.

Manuel J. Ruiz Torres

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