domingo, 11 de marzo de 2012

El cuento de la lechera de la Reforma Laboral

Unas 15.000 personas (diez mil, para el Diario de Cádiz, siete mil para ABC) nos hemos manifestado esta mañana en Cádiz contra una Reforma Laboral que rompe el equilibrio laboral en las empresas convirtiendo, de hecho y de derecho, a los trabajadores en un mero recurso económico de las empresas. Y, como tal, susceptible de optimizarse mediante la reducción de costes, la sobreexplotación de procesos o su sustitución por otros recursos más baratos. Después de unos años de dignidad, la que era degradada "mano de obra" en el franquismo (es decir, reconocida como fuerza animal) retroce aún más en el tiempo para volver a la revolución industrial, al mismo nivel -ahora, civilizadamente, considerándonos como mero activo económico- de materiales y máquinas. Si, en aquel lejano principio del XIX, los empresarios presentaban la escasa productividad humana frente a la capacidad tecnológica de las máquinas como causa del subdesarrollo, ahora los mismos presentan los costes sociales (todavía un desproporcionadísimo reparto de los beneficios que obtienen de nuestro trabajo) como la causa del desempleo. Si entonces había que sustituir personas por máquinas para ganar más, ahora hay que reducir salarios sociales para ganar más. Y, a partir de ahí, reescriben el cuento de la lechera.


Ya lo conocen. Iba un orondo empresario con su cántaro de balance contable a la cabeza, dubitativo. Contrapesando lo que produce con lo que gasta, concepto donde engloba por igual la inversión de fondos propios (excluyendo aquí, por complejo, el análisis del origen legítimo de esos mismos fondos), las cargas fiscales (excesivas siempre para quien carece de instinto social), los gastos de tramitación y de particular aceleración de expedientes (dejémoslo ahí, mientras el juez resuelve la legalidad de las cintas grabadas), los de salarios y demás mojigangas laborales, los de transporte del producto y los de la inevitable publicidad del mismo. Para ganar más, pensaba, cambiaré mi cántaro de balance contable por una cesta de huevos de estrategias de mercado.


De esos huevos de estrategia nacerán gallos belicosos que se peleen por mí en los reñideros de la política y tecnócratas gallinas financieras que me elaboren un plan de viabilidad económica de la empresa, soñaba el orondo. Ese plan me subvencionará con fondos públicos para que no ponga en jaque el capital propio, me buscará 99 socios mariachis para convertir mi empresa en una SICAV y tributar sólo el 1 %, pero no tocará lo de los detallitos sin importancia para no ganarme enemigos. Y, con lo que gane, podré comparme un desprejuiciado cerdito de recursos humanos que me modernice la empresa.


Como alimentaré adulando convenientemente a ese cerdito, fantaseaba el patrono, se pondrá muy gordo y creativo. Organizará las tareas de cada empleado, cuantitativa (es decir, en horas) y cualitativamente (es decir, en funciones). De acuerdo con esas necesidades, se concentrarán horas y funciones en quienes mejor se identifiquen con la dirección de la empresa. Esa primera poda permitirá prescindir de quienes sobren, además de sanear la empresa de bolcheviques. Al mismo tiempo, para no perderlo, que el tiempo es oro, se externalizarán las funciones que lo permitan, dejandolas en manos de empresas de trabajo temporal para que se hagan en el tiempo mínimo imprescindible por gente que les va el empleo en no rechistarles. En la siguiente fase, el cerdito les exigirá más productividad a quienes tuvieron la suerte de quedarse. Como la empresa producirá más, ya no harán falta tanta gente produciendo. Y se irán a la calle otra somanta de excedentes. Y al cerdito, que ya habrá realizado su función, lo sacrificaré y, con lo que saque de venderlo, me compraré una ternerita europea que crecerá desarrollando su propio programa de estabilidad económica.


La ternerita reformará la política fiscal, poniendo más enfasis en la deuda pública, corregirá los desequilibrios macroeconómicos (es decir, todo lo que es más grande que la economía de la miseria) y abordará una ambiciosa agenda de profundas reformas estructurales. La ternerita, de natural, se alimentará sola segándole la hierba a los pies de los sindicatos. Y crecerá, lustrosa, reduciendo el gasto social para garantizar la sostenibilidad de las finanzas públicas a largo plazo; endureciendo el acceso a la jubilación, para corregir a un país que, perdido el patriotismo de reproducirse más, ha vivido por encima de sus posibilidades; apoyando al sector financiero con el solidario bolsillo de la nación entera; y, en fin, reformando el mercado de trabajo para corregir estos dos siglos de regulación de horarios, vacaciones pagadas excesivas, poca laboriosidad y absentismo laboral por unos grados de fiebre, mientras las empresas que hacen país se desangran ante la competencia de países que no son tan tequismiquis con eso de la seguridad en los trabajos. Y esa ternerita se convertirá en vaca y me dará litros y litros de balances contables saneados.

Sólo que el ambicioso patroncito se dio de bruces con la protesta organizada y se le derramó el cántaro Calesas abajo. Y se le descuadraron los saldos, las entradas, las salidas. Y, desde entonces, todo el mundo está como alerta. Y ya se piensan prohibir acabar los cuentos con el colorín, colorado, porque el humorista que ahora trabaja de ministro de Educación, Cultura y Deporte ha advertido que no piensa tolerar un mensaje subliminal tan subversivo.

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