viernes, 12 de diciembre de 2014

La Ley de los Etcéteras

La mal llamada Ley de Seguridad Ciudadana que aprobó ayer el Congreso supone desmantelar todo el capítulo de derechos y libertades que la desnutrida Constitución aún mantenía. Difícilmente puede aportar “seguridad” una ley que elimina la elemental seguridad jurídica de que sólo te condenen por algo que esté expresamente prohibido. Ahora queda a la ambigua interpretación de lo que “pueda alterar el orden público”, coletilla con la que terminan los artículos de la mayoría de las situaciones que penaliza. Que es tanto como meter en la ley un “etcétera” que le sirva de comodín a quien interese.

Con esta ley, cualquier autoridad puede suspender una manifestación legal sólo con considerar peligrosas las pancartas, por si se pudieran usar como palos. Cualquiera puede prohibir lo que considere irritante para alguien, por prever una reacción airada de los ofendidos. Ya sea un acto por la laicidad o una concentración de hinchas. Es una ley preventiva, pues castiga según las presunciones o los prejuicios de la autoridad, no siempre por hechos ya realizados. Vuelven a penalizar grupos, no personas que cometen delitos concretos. En esa generalidad de vagos y maleantes, la ley permite castigar (con multas, con cacheos) por el aspecto, el pelaje, las ideas o la vida privada (estar donde no deberían estar, según ellos, por ejemplo).

Es una ley ventajista pues defiende especialmente a quien la promulga. Capacita para multar todo lo que les moleste: manifestaciones, escraches, protestas pacíficas, críticas y convocatorias en redes sociales. Es una ley elitista que, aunque no le gusta al ochenta y dos por ciento de los encuestados, el gobierno mantiene en su convencida Ilustración paternalista. Es una ley justiciera, donde quien denuncia y quien castiga es la misma autoridad. Es una ley que saca ese castigo, que ahora será un trámite administrativo, de las garantías de un juicio justo, imparcial, con presentación de pruebas y testigos, y con presunción de inocencia. Esta derogación de la protección jurídica se completa con su también exclusivista Ley de Tasas, que sólo permite recurrir la arbitrariedad de esos castigos a quienes puedan pagárselo.

Es una ley inhumana que hace imposible el derecho de asilo. Es una ley opaca, que facilita la impunidad de posibles delitos cuando castiga la mera difusión de intervenciones policiales. Si éstas son abusivas, desproporcionadas o discriminatorias están penadas por el Código Penal. No se entiende que la obtención de pruebas, si ayudan a esclarecer cualquier delito, se considere colaboración con la justicia en todos los demás casos, pero merezca una fuerte multa si quienes delinquen llevan uniforme. En este exceso de celo protector, llegan a transmitir la desconfianza que el legislador parece tener en el cumplimiento legal de sus funciones de protección del libre ejercicio de derechos y de garantizar la seguridad ciudadana. Entendido en un sentido políticamente neutral, profesional y de servicio público. Este es el problema. Se legisla como si la seguridad ciudadana fuera sólo un asunto de orden público en el que se castigan las reacciones que no gustan pero no lo que las causa. El ideario y muchas de las propuestas de esta ley mordaza ya estaban, literalmente, en la Ley de Orden Público de 1959. Pero eso no es remover el pasado. Es imponerlo.

jueves, 4 de diciembre de 2014

La Escuela de Hostelería de Cádiz se encierra para no cerrar

Hoy, poco más de un año después de que los responsables políticos aseguraran que no volverían a darse más impagos, vuelven a encerrarse en la Escuela de Hostelería de Cádiz por la apatía con la que la Junta de Andalucía deja pudrirse el mejor vivero de talento para la hostelería gaditana que hemos tenido nunca. En medio de esa desgana con la que una cadena de incompetentes políticos dejan pasar el tiempo, sin capacidad para salir de una maraña burocrática que han engordado ellos mismos, está la tragedia personal de las trabajadoras y trabajadores de esta Escuela a los que, desde hace siete meses, no se les paga el trabajo que hacen.


A esos políticos no les reclamo la responsabilidad de que se vayan si no saben hacer su trabajo. Porque, escuchándolos, estoy convencido de que no saben cuál es su trabajo. Es gestionar, es administrar, es resolver. Es crear riqueza, no es secar, no es aburrir, no es desmotivar la que hay. No es justificar el poco interés y el poco tiempo que sus superiores le dedican a fortalecer el sector principal de la economía gaditana, el turismo. Es convencer a esos mismos ilustrísimos de que no es –como parecen creer- un problema menor, mal cuantificado en el número de quienes trabajan en la Escuela, sino algo tan fundamental como que la formación termina por decidir a nuestros posibles visitantes por un destino u otro. 

Hay muchos destinos más baratos que nuestra provincia, con tan buen clima como el nuestro, con una naturaleza tan hermosa y con unos ingredientes tan sabrosos como los nuestros. Si, al final, seguimos creciendo frente a las nuevas competencias es porque el turismo y la hostelería gaditanas están, en su mayor parte, en manos de personas formadas. Profesionales capaces de sorprender, de enriquecer, de mejorar un destino ya rico en lo natural. Una buena mesa y un buen hotel, comentado luego en la satisfacción de quienes nos visitaron, son nuestra más inmejorable publicidad. No sólo esos FITUR, ni esos viajes de promoción, ni esas megapresentaciones lujosas a la que tan gustosos se apuntan esos mismos políticos, y que no son más que vender humo tras humo si no existieran, sosteniendo el interés creciente por lo gaditano, tantos profesionales preparados en darle dignidad a este generoso trabajo. Ese es el verdadero problema de quedarnos sin la Escuela de Hostelería de Cádiz, de donde han surgido muchas y muchos de los reconocidos como los mejores.

A estas alturas, a esos políticos de la mensajería, conformes con hacer de meros intermediarios, apocados en no perturbarles la tranquilidad a quienes les mandan desde Sevilla, sólo les pido que se crean lo que dicen. Que defiendan esos discursos que alguien les escribe y sueltan sin arrugarse, sin que se les caiga la cara de vergüenza, tan bonitos. Eso de que el turismo es nuestra industria fundamental, la gran bolsa de empleo. No lo digo yo, lo dicen ellos. Un trabajo que, como también enseñan en la Escuela, incluyendo lo que de enseñanza tiene este encierro y esta lucha, tiene su principio en la dignidad. Condiciones de trabajo dignas y un salario digno, incluyendo el cobrarlo en cuanto se realiza. No deberían olvidarlo quienes ganan elecciones con la bandera –tan ondeada, tan bien sonante, tan correcta- de la defensa de la dignidad de los trabajadores. Pero, cuando se ponen elegantes, parecen olvidar no sólo cuál es su trabajo sino qué defienden.