viernes, 8 de mayo de 2015

LA BRUJA QUE CIERRA LA PLAYA


Mi hija creció con unos cuentos infantiles que protagonizaba un Teo de cara oronda y sonriente, resuelto, ingenioso, comprensivo y solidario con los otros niñas y niños que poblaban su mundo de pastas duras y dibujos de colores optimistas. Pronto, tendría tres años, conoció a la otra Teo. Fue en una Feria del Libro, donde siempre se movió con desparpajo. Allí, sentada en la tarima, la vimos hablar animadamente con la Teo real. Cuando le preguntamos qué le había contado, contestó que le había preguntado si ella era la bruja que cierra la playa. Por aquel entonces, cuando la sequía, había que correr de la playa para llegar a casa con tiempo para ducharse, antes de los cortes de agua. Cádiz se dividía, entonces, entre quienes tenían depósito en su bloque y no padecían los cortes de agua, y los que no lo tenían y estaban sometidos a ese horario impuesto desde los servicios municipalizados. Nosotros, que teníamos depósito, cumplíamos el horario porque lo creíamos parte de la educación de igualdad que queríamos para nuestra hija. Lo que aprendió de todo aquello, como siempre, fue mucho más.

Aprendió que no todos éramos iguales, pues algunos se quedaban en la playa cuando mejor se estaba, y no entendía esa injusticia. Y aprendió que no todos éramos solidarios, porque los vecinos de arriba no sólo se duchaban ya de noche, sino que luego –se oía perfectamente- llenaban la bañera, para vaciarla entera al levantarse por la mañana. La llenaban por si les hacía falta. En su imaginario, sólo una bruja podía obligarnos a irse de la playa, es decir cerrarla, aunque no fuera tan rigurosa con los que dejaba quedarse, seguramente amigos suyos. Pudo decírselo en persona. Imagino que ante la descomposición de quien la oyó, sometida a esa obligada corrección de tener que sonreírle al niño o niña que te está dando patadas en la espinilla. Ese día también aprendió que tener el mismo nombre no significa ser la misma persona.

Desde entonces Teo fue sólo el de los cuentos, al que quería parecerse. Y la otra, era la bruja que cierra la playa. A la que no quiso parecerse nunca. En estas elecciones va a votar por primera vez quien quiere que sea quien gobierne la ciudad donde nació. Sé que no va a confundir el cuento de su infancia con el morro de echarle cuento. Como tampoco confunde infantil con infantilismo. Porque ahora la Teo que no es oronda ni sonriente, parece que también quiere parecerse al del cuento. Y juega por la ciudad al lego con las letras grandes de su nombre, grandes como de jarrón o de cuento chino. Las coloca, estorbando, frente al Ayuntamiento, delante de las Puertas de Tierra, donde ella quiera. Las coloca porque puede, porque le gusta mucho su nombre. Para que las otras niñas y niños no le quiten la llave de cerrar sitios.


Manuel J. Ruiz Torres

miércoles, 6 de mayo de 2015

UN NUEVO AYUNTAMIENTO EN CÁDIZ


Espero con entusiasmo las próximas elecciones en Cádiz. Aparco, de momento, el disgusto de que el cambio que me gustaría para esta ciudad no se presenta como una única opción sino como dos, a las que me cuesta diferenciar. Sé que no soy el único, y tiempo habrá para que cada cual asuma su parte de responsabilidad en que esa unión no se dé aquí pero sea posible en otros sitios. Pero sigo esperanzado.  Elegiré por las personas. En la vida he tomado muchas decisiones por las formas. De hecho, si estoy tan entusiasmado con estas municipales es porque estoy convencido de que van a cambiar las formas. Cuando han deteriorado tanto las formas, recuperarlas supone una enorme profundización en la democracia participativa.

Para empezar, espero una ciudad donde se cumpla la legalidad. Donde, si nada menos que una Ley Orgánica dice que, en periodo electoral, “queda prohibido cualquier acto organizado o financiado, directa o indirectamente, por los poderes públicos que contenga alusiones a las realizaciones o a los logros obtenidos”, no tengamos más una alcaldesa ventajista que haga “visitas técnicas” a la rotonda que construye otra administración de un puente que construye otra administración. Una ciudad donde la nueva alcaldía acatara la reprimenda de la Junta Electoral por no cumplir la legalidad, en vez de hacer victimistas alusiones personales a la presidenta de ese órgano judicial, como si todo fuera un asunto personal con ella. Como espero una ciudad donde la nueva alcaldía no volviera a incumplir, el mismo día de la reprimenda, otra vez la legalidad, visitando el mismo puente con la ministra para anunciar su apertura en agosto. Y, si no cumple una ley orgánica, menos va a cumplir la instrucción que la detalla donde, expresamente, se prohíbe el reparto de folletos o las cuñas en televisión o radio detallando logros, propios o apropiados.

Que alguien gobierne considerando legítimo competir con ventaja sobre las otras opciones, tiene que ver con la vergüenza. Por eso espero un Ayuntamiento de Cádiz donde vuelva la vergüenza. Donde si hace falta una televisión pública sirva a la promoción de la ciudad, no a la carrera personal de quien la gobierne, sea quien sea. Un poco de vergüenza para que ningún concejal esgrima información confidencial de un ciudadano para amenazarlo. Donde el agua, la luz o los aparcamientos, municipalizados, mejoren la calidad de vida de sus usuarios en lugar de financiar lo que no se sabe. Porque recuperar la vergüenza empieza porque dejen de taparse, unos a otros, las desvergüenzas. Por dar explicaciones sobre cómo se gastan lo que es nuestro. Espero que la vergüenza nos traiga, a su vez, un poco de educación en las formas de gobernar. Donde no haga falta gritar para decir que no se está de acuerdo con alguien. Donde no se use el turno final para insultar a los demás, tachados como poco de ignorantes. Donde se admita con sosiego la réplica. Donde no se abandonen los plenos cuando empiezan las intervenciones del público, que no gustan. Porque la educación, entendida como una conquista de lo civilizado y no como un besamanos de súbditos, es sólo una expresión de respeto. Ya puestos, estoy deseando ser gobernado con respeto. Por alguien que cuente no sólo los que la votan sino también los que no la votan. Esa mayoría.


Manuel J. Ruiz Torres